A continuación, se realiza una propuesta de comentario de un extracto extraído del cuento “Mármol”, que forma parte de la colección Mala letra, de Sara Mesa. El tipo de comentario que se lleva a cabo es interpretativo, de modo que se atiende tanto al análisis de los temas que se abordan en el texto, como a diferentes cuestiones de tipo formal (elementos de los textos narrativos, léxico, figuras retóricas), que son referidas siempre en relación con su funcionalidad expresiva y su contribución al sentido global. En este último caso, es importante que el comentario no se limite a una enumeración o repertorio de figuras, sino que se vaya explicando el papel que desempeñan en el fragmento en conexión siempre con la significación del texto.
Por otro lado, se ha simulado que se trata de un comentario realizado en una situación con acceso a bibliografía, como un trabajo realizado en casa para una asignatura de grado. En este tipo de situaciones, la profundidad y fundamentación en bibliografía puede variar, pero siempre se deben incluir citas literales; aquí, se ha optado por un acercamiento con solo unas pocas referencias bibliográficas, basadas fundamentalmente en el conjunto de materiales de estudio obligatorios de esa asignatura y solo esporádicamente se ha introducido alguna referencia más, que muestra un proceso de investigación propio por parte del alumnado. En una situación sin acceso a bibliografía, como un examen, las citas se pueden sustituir por paráfrasis de las ideas extraídas de las fuentes secundarias y, en lugar de un listado final de referencias, podemos hacer un apartado que incluya una explicación somera de los trabajos citados.
Todo buen comentario parte de una lectura atenta y detenida del texto literario que nos permita, en primer término, una comprensión global, que luego hará posible abordar detalladamente aspectos concretos. Para ello, es necesario leer el extracto tantas veces como sea necesario, pero hay que tener en cuenta que, en ciertas situaciones, como un examen, el tiempo es limitado. En cualquier caso, conviene afianzar la comprensión mediante el subrayado, anotaciones al margen del fragmento, etc. Una vez que tenemos claro el sentido global del texto, su estructura, autoría, etc., una buena práctica pasa por realizar un esquema de puntos de aquellos aspectos generales que vamos a abordar en nuestro comentario. Aunque este tipo de esquemas y anotaciones no se visualicen en la versión final del comentario, resultan útiles para prepararlo; por ejemplo, pueden servir para plantear diferentes apartados (contextualización, temática, análisis formal, valoración final, etc.), que permiten un proceso de redacción más efectivo. Ahora bien, no es necesario explicitar estos apartados con títulos, sino que se pueden usar solo como guía interna para el orden de las ideas, de modo que finalmente presentemos el comentario de manera ensayística.
A la hora de redactar el comentario, es fundamental cuidar la expresión escrita y el estilo. No debe, en este sentido, plantearse como una enumeración de rasgos de diverso tipo, sino que es interesante relacionar las diferentes ideas y párrafos y atender siempre, en última instancia, a la contribución de los elementos a la significación global del texto. Finalmente, es importante recordar que, en nuestro comentario, no es necesario aludir a todos los aspectos formales que identificamos, sino solamente a aquellos que resultan más relevantes en relación con el sentido del texto.
Realice un comentario interpretativo del siguiente extracto extraído del cuento “Mármol”, incluido en la colección Mala letra, de Sara Mesa.
En aquel tiempo la experiencia que teníamos con la muerte era muy limitada. A veces se moría el abuelo o la abuela de alguien, como una ficha de dominó que cae cuando le toca al fin su turno, pero casi todos teníamos todavía dos o tres abuelos vivos como mínimo. Algunos abuelos —y sobre todo algunas abuelas— se tiraban por el balcón. Esto pasaba entonces con cierta frecuencia; luego me he preguntado si era algo propio de aquel barrio o de aquella época, una casualidad o una deformación de mi memoria. Sea como sea, sucedía, o yo al menos recuerdo que aquello sucedía. Estábamos jugando tranquilamente en la calle cuando nos llegaban, primero, los rumores y, después, los gritos: la abuela de no sé quién se había tirado de un cuarto, de un quinto, de un décimo piso, siempre la suficiente altura como para matarse. Los bloques —edificios de vpo de ladrillo visto— eran altos y tenían estrechos balcones atestados de trastos —utensilios de limpieza, jaulas de pájaros sin pájaros, jardineras de plástico sin plantas, hasta colchones viejos y sucios, se veían—. A algunos les colocaban un cerramiento de vidrio esmerilado, pero esto, al parecer, no impedía que las viejas se encaramasen para arrojarse desde allí al vacío. Era como una plaga. Cinco o seis se tiraron en el intervalo de un par de años; una vez incluso pudimos ver, de lejos, el cuerpo estrellado en la acera, liviano como un trapo, tras el cerco policial y los vecinos que lo rodeaban. Nada nos impedía a nosotros acercarnos más, salvo quizá el miedo y el asco; nada nos impedía tampoco fabular, con retorcimiento, con la posibilidad de un asesinato —lo mismo alguien la empujó, decía uno, lo hicieron para conseguir la herencia, añadía otro—, repitiendo argumentos de telefilme, nosotros, niños de aquel barrio donde las abuelas, por supuesto, no tenían ni habían tenido nunca herencia alguna.
Los abuelos morían, pero para nosotros la vida no tenía ningún límite. Qué idea puede tener un niño, al fin y al cabo, de la muerte. O más bien: qué idea puede tener un niño, al fin y al cabo, de la muerte en un país sin guerras ni conflictos, en una ciudad media de un país moderadamente en desarrollo, en un barrio normal como tantos otros barrios indistinguibles e intercambiables, en el extenso extrarradio de trabajadores de calles rectilíneas y plazoletas en las que aburrirse por las tardes —la pelota, el elástico, los coqueteos y las infamias—, con aquellos altos bloques de ladrillo visto y las abuelas viudas que eran acogidas por sus familias —tal vez arrinconadas— y que de tanto en tanto, concienzuda y metódicamente, se morían de viejas o quizá, cansadas de esperar, se arrojaban ellas mismas por la ventana.
[Presentación] *sm1
El texto que se propone para comentario es el fragmento inicial que abre el cuento “Mármol”, incluido en Mala letra, colección de relatos que la escritora sevillana Sara Mesa (1976) publica en el año 2016 en Anagrama. Vinculada a esta editorial en la que han aparecido sus principales trabajos, estamos ante una de las narradoras más destacadas de la actualidad, con una trayectoria consolidada, en la que sobresalen las novelas Cuatro por cuatro (2012, finalista del Premio Herralde de Novela), Cicatriz (2015, Premio Ojo Crítico de Narrativa), Un amor (2020, Premio Las Librerías Recomiendan) o La familia (2022, Premio Cálamo). *sm2
Aunque con diferentes modulaciones, las obras de Sara Mesa diseccionan realidades cotidianas que la autora presenta desde una perspectiva extrañada que conduce a lectores y lectoras a la reflexión sobre la construcción de los vínculos y las identidades, especialmente en el contexto de las relaciones de pareja o familiares. Como destaca Ripoll Sintes (2021), sus textos buscan, de algún modo, iluminar “las zonas en sombra, lo que dejamos de decir” (115). *sm3 Esta perspectiva es particularmente evidente en el tratamiento que recibe en su narrativa la infancia, etapa que retrata desde un enfoque que huye de cualquier idealización en la medida en que, como la misma autora reconoce en una entrevista en Jot Down, constituye un momento complicado, que, sin embargo, habitualmente ha sido idealizado en la literatura: “Yo no intento retratar la infancia como algo turbio en el sentido reivindicador de que debe ser así: es que me temo que es así” (cit. en Ayuso, s.f.: s.p.). *sm4 De este enfoque resultan representativos algunos de los cuentos de Mala letra o la novela Cara de pan (2018).
[Contextualización] *sm5
Tras La sobriedad del galápago (2008) y No es fácil ser verde (2009), Mala letra es la tercera colección de cuentos que publica Sara Mesa. Los once relatos que conforman el volumen resultan representativos del estilo directo y conciso que caracteriza su obra narrativa, al tiempo que, a partir de la presentación de escenarios y personajes cotidianos en situaciones de vulnerabilidad, visibiliza la complejidad que subyace a las vidas humanas. Desde este punto de vista, en el libro la autora muestra predilección por figuras situadas en los márgenes, tales como niños/as y adolescentes, personas con diversidad funcional, ancianos/as, etc., o sometidas a situaciones límite de acoso sexual, represión, etc. La lectura de los cuentos nos ofrece, así, una visión caleidoscópica de la realidad, lo que determina que la perspectiva de los Diversity Studies resulte especialmente fructífera para abordar su análisis, en la medida en que, como estudia Plaza-Agudo (2018), nos muestra cómo los seres humanos en su vida en sociedad “están recorridos y condicionados por diversas categorías, como el género, la edad, la orientación sexual, la clase social, la raza, las habilidades funcionales, etc.” (217). *sm6 Por lo demás, en varios de los relatos, se observa cómo estas categorías no funcionan de manera atomizada, sino que lo habitual es que se produzca la intersección entre dos o más de ellas, como podemos ver, por ejemplo, en “Apenas unos milímetros”. *sm7 En última instancia, los relatos de Sara Mesa muestran —desde la ficción y de una manera crítica que busca, en cierto modo, concienciar a los/as lectores/as— contextos de opresión/marginalización. Desde este punto de vista, tal y como apunta Hartwig (2018) en relación con el papel de la literatura, constituyen una magnífica muestra del “potencial crítico y ético de los textos literarios” (19).
Mala letra se abre con el relato “El cárabo”, al que sigue “Mármol”, cuento del que se ha extraído el fragmento que se propone para comentario y que resulta representativo de uno de los principales ejes temáticos que recorren el volumen (cinco de los once relatos están protagonizados por niños/as y adolescentes): la representación de la infancia/adolescencia desde una óptica desmitificadora, que incide, tal y como destaca Díaz Navarro (2019), en aspectos tales como la soledad, el abandono, el sufrimiento o la insatisfacción. *sm8 Así lo vemos también en “Papá es de goma”, relato en el que los niños que lo protagonizan se enfrentan a una situación límite de desamparo y desprotección ante la desaparición —no explicada— de sus progenitores. En “Apenas unos milímetros”, a la variable de la edad se suma la de la diversidad funcional, de modo que se ofrece una mirada incómoda que nos interroga como sociedad acerca de la efectividad de los mecanismos de inclusión. En “Picabueyes”, la protagonista femenina es víctima en su adolescencia no solo de una situación de acoso sexual, sino también de una socialización represora que contribuye a la desigualdad de género, otro de los ejes temáticos del volumen. *sm9
*sm10 En el cuento en el que nos centraremos en este comentario, “Mármol”, una narradora adulta que se presenta como escritora relata desde el recuerdo un acontecimiento de la infancia que la marcó profundamente: el suicidio de Mármol, amigo de su hermana mayor. A lo largo del relato, se incide, así, en el impacto que este hecho tuvo tanto en la narradora como en otros/as niños/as, poniendo especial énfasis en cómo se desarrollaron las clases el día en que recibieron la noticia y en la manera como reaccionaron los docentes que las impartían, desde la empatía de los profesores de lengua y ciencias a la frialdad de la maestra de religión. La rememoración de este hecho luctuoso da pie, por otra parte, a la activación de otros recuerdos conectados con la muerte (los suicidios de las abuelas, las llamadas amenazantes que recibían en su casa) o con el papel represor de las personas adultas. La reflexión sobre este último aspecto se canaliza a través del relato de episodios relacionadas con la clase de ciencias y con el énfasis que el profesor ponía en la manera correcta de coger el lápiz, anécdota de la que, de un modo enormemente plástico, procede el título de la colección: la mala letra de la narradora aparece reivindicada, así, como denominador común a los cuentos. Este enfrentamiento entre el mundo adulto y el infantil constituye, por lo demás, uno de los temas centrales de la narrativa de Sara Mesa, que podemos identificar también en Cara de pan o en La familia. *sm11
[Temas] *sm12
El texto que se propone para comentario está constituido por los párrafos que abren el cuento “Mármol”, el segundo de la colección Mala letra. La temática central que se aborda tanto en el extracto como en el relato en su globalidad es la de la muerte, cuestión a la que se alude ya en la primera frase: “En aquel tiempo la experiencia que teníamos de la muerte era muy limitada”. *sm13 Desde este punto de vista, estas líneas iniciales actúan a modo de contextualización, que va creando el clima en el que se va a desarrollar la narración: los suicidios de las abuelas, incomprensibles pero a la vez dotados de cierta lógica dada su habitualidad, anticipan el suicidio del niño Mármol, hecho que es mirado desde el asombro y la estupefacción en la medida en que la persona que muere es un adolescente. A lo largo del fragmento, se van creando, así, oposiciones dicotómicas, que tendrán su correlato en otros puntos del cuento. En este comienzo, la principal es viejos-niños, que se expande en la contraposición muertes cotidianas-muertes insólitas, tal y como apunta la siguiente afirmación: “Los abuelos morían, pero para nosotros la vida no tenía ningún límite”. Esta dicotomía explica, como veremos, la frialdad desde la que se relata el fallecimiento de las ancianas que se quitan la vida tirándose de los balcones, frente a la trascendencia que se otorga a la muerte de Mármol, quien, al fin y al cabo, es un coetáneo de la narradora y sus amigos/as y compañeros/as y su muerte podría ser la de cualquiera de ellos/as.
El fragmento apunta, por lo demás, a la localización espacial en que se va a desarrollar el relato, un barrio del extrarradio de una ciudad, con pisos de protección oficial (“edificios de vpo de ladrillo visto”) y de “estrechos balcones atestados de trastos”. Como lectores/as, se nos sitúa, así, en un contexto social muy concreto: el de familias trabajadoras de clase media-baja. Aunque de un modo muy atenuado, se sugiere también una lectura en clave de género, en la medida en que se incide en cómo quienes se suicidan más habitualmente son las ancianas y no los ancianos, hecho que remite a su soledad tras el fallecimiento de sus esposos, pero también a la indiferencia con que son tratadas por unas familias que, ante la ausencia de los recursos económicos para atenderlas adecuadamente, las acogen en sus hogares pero no les proporcionan los cuidados suficientes: “tal vez arrinconadas”, se dice. *sm14 Se articula, así, una velada crítica que denuncia las deficiencias del Estado de bienestar para atender a las personas mayores dependientes y, muy específicamente, a unas mujeres que, con toda probabilidad, han ejercido durante su vida un trabajo de cuidados en el contexto familiar y que ahora, en su vejez, se sienten abandonadas, al no haber acumulado tampoco bienes materiales de ningún tipo, tal y como se sugiere irónicamente en la siguiente secuencia: “niños de aquel barrio donde las abuelas, por supuesto, no tenían ni habían tenido nunca herencia alguna”.
[Análisis formal] *sm15
Una de las particularidades del texto que se propone para comentario tiene que ver con la elección de una narradora en primera persona que relata desde el presente y, por tanto, desde el recuerdo, algunos acontecimientos que tuvieron lugar en su niñez. *sm16 Debido a ello, otra de las oposiciones dicotómicas que contribuye a la articulación del fragmento es la de presente-pasado, que tiene también su correlato en el uso de la primera persona, bien en singular bien en plural. La primera persona en singular canaliza, así, la voz de la narradora adulta que mira su infancia y es consciente de la limitación de su perspectiva, tanto por la falibilidad de su memoria (“o yo al menos recuerdo que aquello sucedía”) como por su incapacidad para entender ciertos hechos (“me he preguntado si era algo propio de aquel barrio”). La primera persona en plural, que es la mayoritaria, se emplea para relatar los acontecimientos transcurridos en la infancia, que son presentados desde el sentido de pertenencia a un colectivo, el de las niñas y niños, cuya experiencia y mirada se contraponen a las de los/as adultos/as, grupo en el que la narradora sí se integraría en su presente: “En aquel tiempo la experiencia que teníamos de la muerte era muy limitada”; “nosotros los niños de aquel barrio”. *sm17
Cabe resaltar, por lo demás, que, contrariamente a lo que suele ser habitual en la literatura, la mirada que se lanza sobre el pasado no es, en absoluto, una mirada nostálgica e idealizadora, sino que, como se muestra en el fragmento que se comenta, incide en realidades desagradables, que son presentadas en toda su crudeza e, incluso, en ocasiones, a través de disfemismos: “pero esto, al parecer, no impedía que las viejas se encaramasen para arrojarse desde allí al vacío”. El uso del término “viejas” parece sugerir, así, el desprecio con que eran tratadas las ancianas y la indiferencia con que se recibía su muerte. *sm18 En esta dirección apunta también el empleo de determinadas comparaciones, que incorporan matices degradantes que buscan restar valor a estas muertes cotidianas de abuelos y abuelas: “como una ficha de dominó que cae cuando le toca al fin su turno”, “Era como una plaga”, “liviano como un trapo” (en referencia al cuerpo de las ancianas abatido sobre el suelo tras la caída).
*sm19 Desde el punto de vista del estilo, uno de los recursos que más llaman la atención en el fragmento tiene que ver con la presencia recurrente de enumeraciones, que, con frecuencia, tienen un carácter redundante, pero que cumplen diversas funcionalidades. Así, por ejemplo, en el primer párrafo, al aludirse al hecho de que las abuelas se tiraban desde los pisos, se indica “de un cuarto, de un quinto, de un décimo piso”, acumulación que incide en lo común y habitual del fenómeno. Un poco más adelante, se enumeran los objetos que se podían localizar en los estrechos balcones de los edificios (“utensilios de limpieza, jaulas de pájaros sin pájaros, jardineras de plástico sin plantas, hasta colchones viejos y sucios”), que aparecen englobados bajo el sustantivo despectivo “trastos” y que nos remiten, en cierto modo, a lo inútil e inservible y que, sin embargo, se acumula, lo que se puede considerar una transposición metafórica del lugar que abuelas y abuelos ocupaban en las familias. Al mismo tiempo, esta acumulación de elementos sin utilidad tiene un sentido hiperbólico y parece apuntar al descuido por la estética de las viviendas, y, en última instancia, al feísmo del barrio de clase media baja en que se desarrolló la infancia de la narradora.
A lo largo del fragmento, son también habituales las estructuras bimembres, que, más allá de la naturalidad y sencillez expresivas que caracterizan al texto, nos dan cuenta de un uso cuidado del lenguaje y de la búsqueda de la precisión a través del matiz: “el abuelo o la abuela”, “de aquel barrio o de aquella época”, “una casualidad o una deformación”, “primero, los rumores y, después, los gritos”, “cinco o seis”, “el miedo y el asco”, “sin guerras ni conflictos”, “indistinguibles e intercambiables”. También en forma de construcción bimembre (y en estructuras paralelísticas) se presentan las elucubraciones de los niños/as ante la muerte de las abuelas (referidas al final del primer párrafo), que se reproducen en estilo directo: “lo mismo alguien la empujó, decía uno, lo hicieron para conseguir la herencia, añadía otro”. Nótese, por lo demás, cómo de manera inmediata se identifican estas suposiciones como “argumentos de telefilme”, lo que, junto con los juegos que se enumeran en el segundo párrafo —“la pelota, el elástico”—, nos remite a un universo cultural compartido por quienes fueron niños y niñas en un momento previo a la revolución tecnológica.
En relación con el afán de precisión, habría que mencionar también la amplificación que localizamos al comienzo del segundo párrafo, de modo que la pregunta retórica “Qué idea puede tener un niño, al fin y al cabo, de la muerte” se repite en dos ocasiones, incorporándose en la segunda una matización que introduce datos sobre la localización (“en un país sin guerras ni conflictos”, “en un país moderadamente en desarrollo”, “en un barrio normal”, etc.), para, frente a una visión eurocéntrica de la realidad, acotar la supuesta universalidad del aserto que subyace de fondo: la muerte no es una experiencia ajena a todos los niños y niñas, sino solamente a los que viven en un determinado contexto. Por otro lado, nuevamente, en esta ocasión, encontramos una enumeración que nos va llevando, a través de una especie de zoom, desde lo macro a lo micro (país, ciudad, barrio, extrarradio), con el fin de mostrar cómo el tipo de experiencia infantil que se relata no tiene nada de particular sino que es producto de un contexto muy concreto (el de un barrio del extrarradio de una ciudad de un país occidental sin conflictos) y, por tanto, generalizable dentro del mismo. *sm20
A través del empleo de los diferentes recursos expresivos, se enfatiza también la falibilidad de la perspectiva de la narradora que, desde su presente, se muestra titubeante con respecto al pasado que está relatando. Es, así, común que incorpore matizaciones que inciden en la limitación de su punto de vista (“Sea como sea, sucedía, o yo al menos recuerdo que aquello sucedía”) o que sugieren que lo que se describe es una interpretación suya que no tiene por qué responder a la realidad. Obsérvese, así, por ejemplo, lo significativo que resulta el empleo de adverbios de duda en las siguientes secuencias: “se morían de viejas o quizá, cansadas de esperar, se arrojaban ellas mismas por la ventana”, “tal vez arrinconadas”. También en este sentido apuntan algunas de las estructuras bimembres con nexo disyuntivo a las que nos referíamos anteriormente (“de aquel barrio o de aquella época, una casualidad o una deformación de mi memoria”).
En última instancia, la acumulación de recursos de carácter repetitivo (enumeraciones, estructuras bimembres, paralelismos) determina que el texto sea rico en matices y aclaraciones, lo que le confiere altas dosis de realismo. De este modo, lectores y lectoras pueden reconocer fácilmente el contexto en el que nos sitúan los dos párrafos que abren el relato, a la vez que los hechos que se van a narrar a continuación aparecen claramente anclados en un espacio muy preciso: el de un barrio de clase trabajadora. En el fragmento analizado, el marco temporal no queda, sin embargo, tan claro; con todo, por referencias posteriores (a los cuadernos Rubio, a las llamadas amenazantes), podemos situarlo en los últimos años del siglo XX, en las décadas ochenta/noventa. *sm21
[Conclusiones] *sm22
En su narrativa, Sara Mesa se aleja de visiones idealizadoras y profundiza, con una mirada incisiva y con frecuencia sutil, en situaciones cotidianas que son mostradas desde un realismo que no rehúye lo negativo y desagradable. Los vínculos familiares y amorosos, las relaciones en el entorno laboral, etapas como la niñez y la vejez, etc. son, de este modo, diseccionadas en sus novelas y cuentos, que nos muestran situaciones de acoso y abuso, de abandono, de convivencia con la muerte y el dolor, etc. Así, sucede en el cuento “Mármol”, quizá uno de los más representativos de la colección Mala letra, en el que, lejos de su habitual identificación con una especie de paraíso, la infancia aparece dibujada como un tiempo complejo en que niñas y niños deben enfrentarse a situaciones delicadas, para las que no han sido preparados por las personas adultas que los rodean, con quienes con frecuencia se establece una contraposición. De este aspecto, resulta representativo el fragmento analizado, en el que se anticipa ya la temática central del relato, la muerte como una realidad no ajena a la niñez. A la vez, constituye una magnífica antesala que contextualiza las coordenadas y el clima en que se va a desarrollar la narración. Resulta, por lo demás, un fragmento representativo del estilo de la escritora, de modo que, más allá de la apariencia de sencillez y naturalidad, observamos un uso cuidado y preciso del lenguaje, rico en matices y recursos, que, dotados de una enorme expresividad, incorporan nuevas interpretaciones y sentidos, que se pueden pasar por alto en una primera lectura.
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Ayuso, Bárbara (s. f.). “Sara Mesa: ‘Por escribir libros mi opinión no está más cualificada ni es mejor que la de alguien que no escribe’”. Jot Down s.p. https://www.jotdown.es/2017/10/sara-mesa-por-escribir-libros-mi-opinion-no-esta-mas-cualificada-ni-es-mejor-que-la-de-alguien-que-no-escribe/ [20/11/2024].
Díaz Navarro, Epicteto (2019). “Los continentes y las poblaciones de nuestros sueños: la niñez en Mala letra de Sara Mesa”. En La verdadera patria. Infancia y adolescencia en el relato español contemporáneo, M.ª P. Celma Valero y C. Morán Rodríguez (coords.), 157-170. Madrid / Frankfurt: Iberoamericana / Vervuert. *sm24
Hartwig, Susanne (2018). “Introducción: la diversidad pensada desde y por la ficción”. Diversidad cultural-ficcional-¿moral?, S. Hartwig (ed.), 11-21. Madrid / Frankfurt: Iberoamericana / Vervuert.
Mesa, Sara (2016). Mala letra. Anagrama, 2016.
Plaza-Agudo, Inmaculada (2018). “La configuración de lo diverso en la narrativa breve de Sara Mesa: Mala letra (2016)”. Diversidad cultural-ficcional-¿moral?, S. Hartwig (ed.), 215-231. Madrid / Frankfurt: Iberoamericana / Vervuert.
Ripoll Sintes, Blanca (2021). “La mala letra en la narrativa de Sara Mesa”. Cuadernos de Investigación Filológica 50, 113-131. https://doi.org/10.18172/cif.5180. *sm25